jueves, marzo 01, 2007

¿Con quién se educa?

Los padres y madres colombianos, ante la necesidad de tener que aportar en forma conjunta a la economía del hogar para, entre otros, soportar los costos educativos de sus hijos, delegan la responsabilidad de la crianza y atención a los abuelos (as) o a terceros cercanos, en la mayoría de los casos.

El papá y la mamá laboran en el día y llegan en la noche de una larga jornada a descansar y a recibir las quejas sobre el comportamiento de sus hijos(as) en la escuela y en la casa. Si el niño(a) aún no se ha dormido, se hace merecedor del castigo por sus acciones.

El niño(a) se va a dormir regañado y al día siguiente ha olvidado todo lo que ocurrió en la noche. De nuevo, comienza la rutina. La abuela lo llevará a la escuela, lo recogerá y además será quién asista a la reunión de madres/padres.

Al día siguiente, los niños(as) llegan a la escuela de pre-escolar y relatan a las maestras lo difícil que ha sido estar en casa. El padre y la madre los han castigado por un motivo que generalmente, no recuerdan. En el salón se muestran distraídos, cansados, desinteresados o violentos. Al salir a recreo, mientras juegan, suelen imitar el rol del papá o de la mamá que los maltrata.

La maestra, de nuevo, en clase, reinicia el diálogo con los alumnos(as) preguntando a cada uno: “¿quién te acompaña mientras haces tareas”? Respuestas: “mis abuelos” (la mayoría). ”¿Y con quién ves televisión? - Sólo y a veces con mis abuelos, porque mi mamá y mi papá trabajan y llegan después de la cena y siempre me regañan!

Las maestras deciden contactar a las madres/padres para informarles sobre la situación emocional, los logros y dificultades académicos de sus hijos(as). Acuden a la agenda de notas, sin mayor respuesta. En una llamada telefónica, de conversación rápida y afanada, todo concluye en algún compromiso superficial.

Ante tanta soledad y olvido que viven los pequeños(as), en esta entrada de la Fundación Alejandría publicamos la reflexión de Livingston Larned “Papá y mamá olvidan” .

Papá y mamá Olvidan”:

Hijo(a) Voy a decir esto mientras duermes, una manito metida bajo la mejilla y el cabello pegado a tu frente húmeda. He entrado solo en tu cuarto. Hace unos minutos mientras, veía televisión en la sala, sentí una ola de remordimiento que me ahogada. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, Hijo(a): me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque no te lavaste bien la cara. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo del suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida muy rápido. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado pan con mantequilla. Y cuando yo iba saliendo, te volviste, me saludaste con la mano y dijiste: “¡Adiós papito! y yo fruncí el seño y te respondí: “¡mantén los hombros erguidos!”

Al caer la tarde, todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas jugando en la calle. Te habías roto las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar hijo(a) que un padre diga eso…

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo veía televisión en la sala y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del televisor, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. “¿Qué quieres ahora?”, te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello, me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había echó florecer en tu corazón, y que ni aún mi descuido puede aminorar. Y luego, te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo(a) poco después fue cuando dejé el televisor y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender: esta era mí recompensa a tí por ser un niño. No era que yo no te amara: era que esperaba demasiado de tí. Te medía según la vara de mis años.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese pequeño corazón tuyo es grande como el sol. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más importa esta noche. Hijo(a) he llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre expiación; sé que no comprenderías estás cosas si te las dijera cuando estés despierto. Mañana seré un verdadero padre. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me preocuparé por lo que haces y te ocurre en la escuela, pasas allí mucho tiempo. Me morderé la lengua antes de pronunciar palabras impacientes y me diré a mí mismo: “Es sólo un niño, un niño pequeño”. Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé. Ayer mismo estabas todavía en brazos de tu madre con la cabeza en su hombro. No he disfrutado mi bebé, no he vivido mi hijo(a) y solo he pedido demasiado, demasiado…